Mientras escribo estas líneas, la lluvia tan esperada pega en mi ventana. Ha sido un invierno seco y las reservas de nieve en la cordillera han llegado a niveles críticos. En los noticieros y prensa escrita se problematiza la relación humano-agua desde los distintos matices en que los tecno-saberes describen y analizan la ausencia de precipitaciones (sequía histórica, crisis climática). Escuchando esas voces pienso que como creadores es urgente re-imaginar las relaciones humano-naturaleza, teniendo en cuenta no solo el bienestar de lo humano, sino de todos esos otros seres que conviven con ella. Y es ahí donde, como feminista preocupada por temas ambientales, es que quisiera invitarlos a reflexiona sobre ¿qué rol cumple la tecnología (cámara fotográfica) en la representación de la naturaleza (el agua)?
Últimamente, una serie de imágenes relacionadas al proyecto de Carretera Hídrica se han presentado a través de distintos medios de comunicación. Este proyecto, impulsado por la Corporación Reguemos Chile busca captar, almacenar y transportar agua de los ríos de la Región del Biobío hacia el norte a través de una carretera aproximadamente de 1.015 kilómetros de carretera hídrica que tendría 40 metros de ancho y 10 de profundidad (Abarca, 2019). Esto para “regar” la Región de Atacama, con el objetivo de impulsar el desarrollo agroindustrial de esa región. Hay tantas aristas problemáticas en esta idea, pero solo me detendré a reflexionar sobre aquellas que son de carácter representacional y simbólico. Particularmente el uso que se da en la comunicación del proyecto de la imagen del agua como una abstracción. Se imprimen en los diversos formatos que acompañan los textos promocionales fotografías del agua que no es la idea de agua-río o agua-mar, sino de el agua separada de sus contextos (como si esta pudiera abstraerse de los ecosistemas sin afectarlos). Esto se traduce en 2 tipos de registros específicos: el primero determinado por primeros planos de aguas desplazada de sus caudales, de sus bosques y de las rocas que la conforman en río, y el segundo, vistas aéreas de corrientes de agua que en la distancia promueven una vista no-humana, provocando una suerte de retícula/abstracción del territorio. Estas imágenes están siempre acompañadas por la imagen del empresariado -que en su mayoría es representado por figuras masculinas- pretendiendo dominar el curso de una reserva hídrica, para “desviar” sus caudales durante kilómetros y “regar” la industria minera. Pretendiendo instalar una idea de dominación territorial, donde el agua como recurso abundante necesita ser “productivizado”, ya que en su curso habitual no es “utilizado en su total capacidad” (Reguemos Chile, 2021).
Bien se sabe que durante la dictadura cívico militar se impuso un Código de Aguas (1981) que adoptó un enfoque de libre mercado extremo para la asignación de ella (Bauer, 1998), definiéndose como un bien de
“dominio de su titular, quien podrá usar, gozar y disponer de él en conformidad a la ley” (Artículo 6, código de aguas) expresando su aprovechamiento en “volumen por unidad de tiempo” (que sería un equivalente a tiempo/espacio) (Artículo 6, código de aguas). Manuel Prieto (2021) nos explica cómo, estas reformas ocurridas formaron parte de una revolución neoliberal más amplia, en donde el régimen cívico militar chileno (1973-1990) desarrolló una institucionalidad que posicionó a Chile como un caso paradigmático de gobernanza neoliberal ambiental. Bastante se ha hablado en la actualidad sobre lo problemático de nuestro código de agua y el modelo que lo sustenta, poniendo énfasis en la necesidad de volver a comprender el agua como un derecho humano. Si bien esta crítica es relevante, en esta reflexión sobre la representación del agua quisiera ir un paso más adelante. Y es sobre la necesidad de comprender (y por tanto representar) el agua, no solo como un “recurso” sino como un objeto de relaciones humanas y no-humanas. Donde en un contexto de escasez, se hace urgente repensar estas relaciones, clasificaciones y conceptualización que se construyen. Prieto (2021) nos recuerda como han existido un sinnúmero de estudios de caso (principalmente en Perú, Bolivia y Ecuador) en donde académicos han demostrado la forma en que se entrelaza el poder material del agua con prácticas tradicionales, cosmovisiones, rituales, formas de valorar la naturaleza y la formación de la identidad. Y ahí radica la relevancia de pensar desde nuestro rol de creadores sobre el rol de la representación en la relación que las culturas expresan, comprenden y relacionan con el agua; esto en la urgencia de poder comenzar a imaginar otra forma de convivencia.
El primer problema que supone lo fotográfico es el corte del encuadre. Donde la representación del objeto agua, es desplazado desde la experiencia de quien retrata (sentir el ruido de las piedras del río, brisa, clima, etc.) a una representación bidimensional de características casi clínicas (si pensamos en su reproducción digital a través de nuestras pantallas). Este desplazamiento supone un segundo problema que se acciona con la clasificación de esa imagen como “agua”. En donde al pensar el agua, separada de su contexto y clasificada como “agua” se transforma en una abstracción que nos permite pensarla como un “activo” que es “dominado” por un titular y que debe ser “productivizado” en su total capacidad. Si pensamos en cómo representarla debemos comenzar con cuestionar sus límites. ¿Podemos pensar el agua que corre en un río como un objeto separado de las piedras, minerales, pastos, helechos, árboles, peces y comunidades que conviven en ella? Si fotografiamos un río y desplazamos el objeto-río de su contexto, ¿ayudamos a la generación de una mirada abstracta y separada de esa agua-río? ¿Se puede representar el agua de una forma distinta que la comprenda como agua-río, agua-lago o agua- mar?
En este sentido, Walter Mignolo (2011) nos orienta sobre cómo la categorización como práctica de jerarquización de la comprensión del mundo, está anclada en una historia y un orden colonial. Las categorías de raza, tecnología, clase, industrias de extracción, patriarcado, Dios y la razón, han generado un orden de mundo que ha permitido un sistema de opresión y un ordenamiento en virtud de su estructura y taxonomía. El agua se clasifica como uno de los cuatro elementos de la naturaleza (junto con la tierra, el aire y el fuego), y en el caso chileno, como un “bien mueble” (Artículo 4, código de aguas), un elemento al servicio de lo humano. El agua, considerada como naturaleza es definida como no-humana (a pesar de que el cuerpo humano está constituido en un gran porcentaje por ella).
Ariel Azoulay (2019) nos recuerda que las formas existentes de estar-juntos y de habitar el mundo han sido violadas a través de la separación de los objetos de las personas y su transformación en encarnaciones de categorías clasificatorias extranjeras, las cuales determinan su destino de desplazamiento, exterminio, explotación, apropiación o preservación. Estas operaciones históricamente no solo se llevaron a cabo al aire libre y en público, sino que también dieron forma y organizaron la estructura y la naturaleza de la esfera pública. El régimen imperial del archivo (y la imagen) nunca se limitó a las sombras, ni se limitó a los documentos en papel. Con esto me refiero a todas esas prácticas que surgen con las lógicas de la clasificación que delimitaron la percepción de lo correcto y jerárquico de cada cultura. Así, el régimen social estructurado por una serie de estandarizaciones y ordenamientos genera una relación en que la cuestión de lo “natural” sustenta una ideología de mundo, y de cómo los humanos y no-humanos habitamos este mundo. De esta manera, se organiza un sistema de percepción del entorno, de posibilidad de recorrido, de capacidad para sentir, afectar y verse afectado en y con la naturaleza. Se dispone de un régimen en que el hombre no es parte de la naturaleza, sino espectador de sus transformaciones, como si aquellas heridas sufridas por el territorio no afectaran la forma en que habitamos.
El agua (como naturaleza) se contrapone a lo cultural (y humano) generando una división y exterioridad a lo humano que facilita que algunos la perciban como objeto de propiedad. Esta categorización y división entre la naturaleza y la cultura se muestra problemática a la hora de lograr una otra comprensión de lo natural, y por tanto, imaginar otra relación con el río-agua. Philippe Descola junto a otros autores (1996) nos señala cómo esta división cartesiana ha resultado perjudicial y tremendamente problemática porque implica distribuir sus componentes elementales de tal manera que estos puedan ser objetivados en categorías estables y socialmente reconocidas.
En este sentido, Valeria de los Ríos (2020), en el contexto de la investigación en que se enmarca este texto, planteó la necesidad de pensar en las relaciones que devienen estas categorías, y re-pensar lo que se define sujeto-objeto en una relación jerárquica, observando estas estructuras como redes y no como una relación sujeto-objeto donde hay dos términos: Uno es el sujeto, que es este gran sujeto
Esta reflexión se torna relevante ya que propone una puerta de posibilidad para quienes hacemos imágenes. ¿Podemos retratar el agua-río y desplazarnos de su entorno para re-configurarlo en una nueva red de relaciones que lo constituyan no como objeto representado, sino como sujeto de derecho y agente de cambio?
Y es aquí donde se muestra una primera fisura, o una potencial desestabilización del orden clasificatorio sujeto/objeto, naturaleza/cultura y agua/humano. Ciertamente podemos pensar la fotografía en cuanto a las relaciones que esta establece, mirando las redes que se levantan en su accionar visual más que en una lectura semiótica de sus contenidos. Estableciendo como las prácticas de fotógrafas y fotógrafos fomentan lecturas integradas de los objetos fotografiados con sus territorios.
1. Azoulay, A. (2019). Potential history: Unlearning imperialism. Verso, NY.
2. Bauer, C. 1998. Against the current: Privatization, water markets, and the state in Chile. Boston: Kluwer Academic.
3. De Pinho, L. & Sinibaldi, C. (December 01, 2017). El ecofeminismo como propulsor de la expansión de la racionalidad ambiental. Ecología Política, 54, 26-34.
4. Descola, P., Gísli, P., & European Association of Social Anthropologists. (1996). Nature and society: Anthropological perspectives. London: Routledge.
5. Gregory,D. (2001) (Post)colonialism and the production of nature from Noel Castree and Bruce Braun, Social nature: theory, practice and politics pp.84-111, Blackwell Publishing
6. Haraway, D. J. (1991). Simians, cyborgs, and women: The reinvention of nature. Retrieved February 19th, 2017 from: http://www.f.waseda.jp/sidoli/Haraway_Cyborg_Manifesto.pdf
7. Ingold, T. (2000). The perception of the environment: Essays on livelihood, dwelling and skill. London: Routledge.
8. Latour, B. (1993). We have never been modern. Harlow: Longman.
9. Macnaghten, P., & Urry, J. (1998). Contested natures. London: SAGE Publications.
10. Manuel Prieto (2021): Indigenous Resurgence, Identity Politics, and the Anticommodification of Nature: The Chilean Water Market and the Atacameño People, Annals of the American Association of Geographers, DOI: 10.1080/24694452.2021.1937036
11. Mignolo, W. (2011). The darker side of Western modernity: Global futures, decolonial options. Durham: Duke University Press.
12. Abarca, V, ( 2019, Sept 12.) Carretera hídrica: las consecuencias del proyecto para un territorio. Radio La Clave. Retrieved August 30th, 2021 from https://radiolaclave.cl/sociedad/carretera-hidrica-consecuencias-proyecto-territorio-crisis/